Escuela Tlalnecapam, Coatepec Veracruz

La fuerza de la palabra: de la utopía a la realidad

Ponencia del colectivo de la Escuela Tlalnecapam al XX Encuentro de Educación Alternativa, Querétaro 2010


“Los antiguos creían que las palabras eran seres encantados, copas mágicas, desbordantes de poder. Los jóvenes también sabían de esto y pedían:

“-Tu bendición, papá…”

Bendición, bendición, bendecir, bien decir, bendecirse (persignarse), decir bien…

La palabra, dicha con deseo, no quedaría vacía, era como semen, semilla que haría brotar, en aquel penetrado por ella, el buen deseo invocado por ella (…) Por el milagro de la fantasía, todo se hacía posible. Las palabras surgieron como cristales de poesía, magia, neurosis, utopía, oración, disfrute puro del deseo.

Esto es lo que sucede siempre que el deseo habla y dice su mundo. Nos hicimos brujos y hechiceros y nuestro discurso construye objetos mágicos, expresiones sencillas de amor, nostalgia por cosas bellas y buenas, donde viven las risas…

Y es sólo esto lo que deseo hacer: saltar sobre los límites que separan lo posible existente de lo utópico deseado, que aún no nació. Decir el nombre de las cosas que no son, para romper el hechizo de aquellas que son… (Alves, R. en Gadotti, M. “Historia de las ideas pedagógicas” 2004 p. 281-282)

A MANERA DE INTRODUCCION.

Varias ideas se expresaron en nuestras reuniones para la participación en este encuentro. Intentando ponerlas en una dimensión adecuada para categorizarlas como prioritarias o no en esto de darle la palabra a nuestros niños -y a nosotras las maestras- nos fuimos dirigiendo hacia el enorme desconcierto que sentimos por la manera en la que nuestros niños hoy hacen uso de la palabra y la forma en la que los papás conciben esa posibilidad y la llevan a cabo en los hogares para beneficio o perjuicio de nuestro trabajo escolar.

Para muchos, -adultos y niños- hacer uso de la palabra es igual a quejarse del otro, criticar, amonestar, victimizarse. Para otros representa todavía la posibilidad de ejercer un derecho con responsabilidad, lo que se refleja en acciones comprometidas tanto en lo individual como en lo social.

Eventos históricos nos hacen entender un poco más aquellos momentos en los que se reconoció que niños y niñas tenían mucho que decir y no tenían el espacio para hacerlo; cuando se les definió como minoría silenciada y muchos personajes saltamos en su defensa. Decimos saltamos porque a nosotros –maestros y maestras de hoy- nos ha tocado contextualizar en el tiempo ese sentir que se convierte en algo atemporal y sin edad cuando se trata de la emisión de la voz, de la expresión de las ideas, de la magia de las palabras. Nos preguntamos qué es lo que las escuelas hemos transformado como para que a los sin voz se les reconozca su participación empoderada y comprometida con los procesos sociales actuales; ¿hemos podido generar una actitud responsable de quien hace uso de la palabra? o quizá debamos todos guardar silencio nuevamente no como muestra de sumisión, sino para escucharnos; ahora con la certeza de saber que podemos expresar nuestros pensamientos para responderle al mundo, a nuestra realidad.

La educación siempre ha vivido en una contradicción, entre su intento de promover, impulsar y mantener ideales más o menos utópicos y la realidad, a menudo conservadora y más al servicio de la exclusión que de la igualdad, de la transmisión que de la transformación, elitista y vinculada, con suma frecuencia, al control social.

A lo largo del siglo XX, también llamado el siglo de la infancia, surgieron diferentes movimientos pedagógicos innovadores, con distintas expresiones organizativas y propuestas que buscaban alternativas democráticas de la enseñanza, la función social de la escuela, sus contenidos pedagógicos y los modos de enseñar y aprender.

Ideas y textos de diversos autores como Dewey, Montessori, Ferrer Guardia, Giner de los Ríos, Neill, Piaget, Freire y por supuesto Freinet, entre muchos otros, han dejado marcas imborrables y se han convertido en referentes obligados de identificación para crecer intelectual y socialmente, y para sobrevivir en la profesión, con argumentos para nuestra propia acción en nuestras particulares circunstancias.

A partir de la vida y la obra, de las ideas y la práctica cotidiana de muchos de estos autores, se gestan experiencias institucionales que han ido de lo radical a lo utópico.

En nuestro país, muchas de estas ideas encontraron tierra fértil y germinaron con rapidez hacia la segunda mitad del siglo XX, donde el espíritu de la época era de rompimiento de las viejas estructuras autoritarias, y eso incluía las prácticas pedagógicas anquilosadas. Palabras como libertad, igualdad, democracia, respeto, empezaron a pasearse por las aulas, a llenar las bocas y los corazones de quienes desde siempre, hemos creído en las pedagogías esperanzadoras. Era tan simple, y a la vez tan crucial: darle voz a los que no eran escuchados. Freinet lo aclaró: “si el niño, desde el principio, sabe expresar y precisar su pensamiento, cuando es adulto ya no tiene miedo de afirmarlo y defenderlo. Esa es la importancia del texto libre, al tiempo que es un liberador de la personalidad, es también un instrumento que prepara el futuro” (Elise Freinet en Cuadernos de Pedagogía No. 54).

“Dar la palabra”, “pedir la palabra”, “usar la palabra”, “respetar la palabra”, son frases que se escuchan en nuestras escuelas, convencidos de que la palabra socializada es la base de una educación más humana, más liberadora, más esperanzadora.

Pese a que gran número de docentes y centros educativos incluyen en su práctica esta alternativa pedagógica, no se ha logrado contrarrestar el efecto tan grande que aquellos valores socialmente establecidos (en esta era de la globalización, del incansable progreso, del desarrollo tecnoeconómico) tienen en el individuo, la familia, la clase social, el barrio, el pueblo… y que se cuela en las aulas en forma de actitudes materialistas, individualistas, sexistas, racistas…

Nuestra acción pedagógica es incluyente; sin embargo no podemos usar palabras que lastimen, que dividan. Nuestro mundo clama otra cosa, palabras de unión, de esperanza, de sanación. Palabras comprometidas.

El desenfrenado desarrollo de la tecnología, las vicisitudes de la vida moderna, el fácil y rápido acceso a la información impactan a nuestros niños y niñas en todo su ser, influyendo su vivencia como alumnos: buscando la cantidad más que la calidad de sus trabajos, realizando el menor esfuerzo, haciendo las cosas lo más rápido posible, prefiriendo lo fácil, lo light, lo que no obligue.

Es cierto, se da la palabra, se buscan las maneras para lograr que los niños y niñas participen activamente en su proceso de aprendizaje, que duden, que pregunten, que reflexionen, que construyan. Una tarea interminable, que requiere toda la fuerza vital de los docentes para lograr un ambiente incluyente, que permita el análisis de lo que los propios niños y niñas han construido sobre sí mismos, sobre su entorno y sobre el mundo.

La escuela deberá entonces, buscar ser ese espacio que nos permita a docentes y alumnos volcarnos hacia nuestro interior, escuchar, observar, reconstruir, para así movernos en vida con una actitud propositiva en la construcción de un mundo donde todos quepamos, cómoda y dignamente.


Y EN LA ESCUELA… ¿SE ACABÓ LA UTOPÍA?

En el colectivo Tlalnecapam, las discusiones giraron alrededor de la palabra y su poder

La certeza de que una educación en libertad nos daría una sociedad más justa y equitativa.
El efecto péndulo en la sociedad, que nos ha llevado, de niños temerosos a niños insolentes; de la obediencia a la exigencia, de la sumisión al despotismo.

La reconsideración de muchos de los planteamientos pedagógicos que en su momento fueron innovadores y de réplica al sistema y que con el tiempo se volvieron institucionales.

Los niños que se volvieron el centro de todo, incluida la sociedad mercantilista.

¿Será momento de quitarles la palabra a los monstruos y recuperar el reino?

Su estancia en la escuela les hace ser conscientes de lo que vivieron en ella al paso del tiempo o se los come el sistema.

Padres que han empoderado a sus hijos al enfocar en ellos los reflectores: niños que han crecido en el centro del escenario convertidos en su proyecto de vida.

Familias en las que términos como libertad, expresión, diálogo, tolerancia, pierden sentido al ser usados a conveniencia personal, sin la carga de valor que tienen para la construcción social de pautas culturales.


El papel formativo de la escuela

Nuestra escuela se ha ido construyendo como un espacio educativo en el que se vive día a día un trabajo cooperativo dentro y fuera del aula, entre alumnos y docentes, entre docentes y padres de familia y entre éstos y sus hijos… nada menos que una labor titánica.

A su vez, buscamos incansablemente que los niños adquieran las herramientas necesarias para gobernarse, para comprometerse con ellos mismos y con los demás y para saber tomar sus propias decisiones y asumir las consecuencias que se deriven de las mismas.

En esta interacción con los niños y con las diversas personalidades que componen nuestro equipo de trabajo, existen metas comunes: formar niños felices cuya autoestima se fortalezca a través de la escucha, la libertad de expresión, la creatividad, el desarrollo de las diferentes inteligencias, el contacto y la conciencia sobre la naturaleza inculcando en los niños una forma de vida, no una mera acumulación de datos carentes de sentido. O mejor dicho en palabras de Chela Tapia:

“No concibo una educación sin formación de valores, pero éstos sólo se aprenden en prácticas que los contengan, tanto en las relaciones entre padres, maestros y alumnos, como entre los mismos alumnos. Algo similar sucede con el conocimiento: si los alumnos lo construyen por sí mismos, el conocimiento es suyo para siempre, si se les impone, no, y el aprender será un acto con poco o ningún significado. Hay que dialogar y razonar las cosas para hacer del conocimiento parte de uno”
(“Charlas de Pedagogía sobre la Escuela Moderna”. Chela Tapia, entrevistada por Andrea Bárcena, Impresiones Especiales, SA de CV, 2004)

La labor educativa comprende así una amplia gama de factores muy complejos: Por un lado se plantea una educación con técnicas didácticas más participativas, donde el aprendizaje se construya de la combinación de los intereses de los niños aunado a los contenidos y donde se dan cita los proyectos, el trabajo en equipo, los textos libres, las exposiciones… por otro lado, el papel que el docente juega en el aprendizaje de los niños. Este deberá tener una gran claridad para ver qué parte del discurso cotidiano es en realidad el propio currículo oculto reproducido en ciertas actitudes de los alumnos y en su propio discurso

Queremos que los niños expresen sus ideas y las defiendan; sin embargo, también podemos percibir que al darles la palabra se genera otro tipo de actitud que es la de la crítica que en muchas ocasiones no es propositiva o que los deslinda de su responsabilidad en el asunto que expresan.

A los docentes se nos somete cada vez más a nuevas y mayores demandas sociales: nuevas metas educativas, nuevos contenidos, la reforma de la reforma, otra reforma más por si las dudas, y nos toca encontrar una línea que guíe nuestro trabajo en el aula y en la escuela. Toda intervención curricular tiene como fin preparar a los alumnos para ser ciudadanos críticos, que formen parte después de una sociedad igualmente crítica; sin embargo el desarrollar semejante responsabilidad implica una práctica cotidiana de participación en la vida de una comunidad. Si trabajamos en esa dirección, necesitamos planear proyectos curriculares transversales en los que los niños se obliguen a debatir y criticar sin temor, a tomar decisiones, a colaborar y defender posturas, en resumen, a verse involucrados en la realización de acciones fundamentadas en el conocimiento de los diversos aspectos que integran la sociedad de la que ellos forman parte: costumbres, ciencia, tecnología, política, cultura, valores, etc.


Entonces qué con la palabra?

Paulo Freire nos dice: “Las palabras tienen valor en la medida en que éstas muestran la realidad de quien las pronuncia, solo entonces se convierten en un instrumento de transformación auténtica, global del hombre y de la sociedad.” Usar las palabras es todo un aprendizaje, cualquiera habla por hablar; pero darle sentido a las palabras para que otros nos entiendan, para que se establezca una real comunicación entre seres, adentrarse en el lenguaje para abrazar el mundo y expresarlo es un ejercicio de construcción de la propia identidad. Para qué queremos la palabra si no nos educamos y construimos como sujetos pensantes y transformadores. Así tenemos que concebir los aprendizajes de los niños en cuanto queremos que se expresen, que digan, que disientan. Sí, pero hay que enseñarles. Y los maestros y maestras también tenemos que aprender a usarla.


LOS DERECHOS NO SE CONCEDEN, SE CONQUISTAN

Eso es la palabra, es un derecho que todos tenemos y no sabemos que lo tenemos porque pocos lo han conquistado, pocos saben de la responsabilidad de hacer uso de la palabra. Los maestros no damos la palabra, no deberíamos al menos si anteponemos la idea de que es un derecho conquistable, y eso es lo que los niños tienen que descubrir, aprender que decir lo que piensas, expresar tus ideas conlleva una responsabilidad, un compromiso con los demás y con el medio ambiente. Si a los adultos nos gana la desesperación, la intolerancia, la apatía o la impotencia al optar por hacernos oír a gritos, sólo para decir lo que pensamos sin otorgarle validez a lo que otros también tienen que decir cuando hacen uso de ese derecho, no le otorgamos entonces a la palabra el valor que se merece, vamos para atrás como especie humana.

¿Cuál es la responsabilidad del educador que toma a su cargo esta enorme labor? ¿nos queda claro este asunto? Las maestras pedimos la palabra.

“Se persigue que a través de la palabra los niños y maestras, resuelvan conflictos, regulen conductas, encuentren propuestas y soluciones positivas para lograr objetivos o un bien común”.

“¿Cómo encontrar el punto medio para que el uso de la palabra sea equilibrado? Ese ha sido un asunto difícil porque nos encontramos con niños que caen en el extremo de la queja, de crítica a todo; otros más son propositivos, encuentran soluciones o logran expresar un juicio equilibrado. También está a quien no le hemos escuchado decir una sola palabra”.

“Han crecido sabiendo que son escuchados y eso es algo que en lo general dicen: en esta escuela sí te hacen caso y te dejan hablar. Los más, valoran esa condición, se reconocen como personas importantes en la comunidad escolar porque tienen espacios para decir lo que necesitan. La preocupación de ahora es cómo hacen uso de la palabra, cómo ejercen la crítica, qué es lo que buscan al expresarse y cuál es la soledad e insatisfacción que lleva implícita la forma en la que hoy los chavos se desinteresan por comprometerse en las acciones que debieran generarse de ese momento en el que su palabra se encuentra con el mundo, con su mundo.”

“En la escuela he visto niños y niñas que han logrado autonomía, que pueden elegir cómo trabajar, hacerse responsables, ser propositivos y creativos, que han sabido manejar sus emociones, expresarlas y ser justos”

“Si bien es cierto que dentro del espacio áulico debe permitírsele al alumno la libre expresión de sus ideas y sentimientos, entonces el cometido no es ceder la palabra sino aprender y enseñar a responsabilizarse de ella; sin embargo la revisión de la autoridad que ejerce el docente dentro de su trinchera para determinar lo que es permisible o no, nos llevaría al cuestionamiento de la postura que se está asumiendo, o sencillamente a revisar los constructos que determinan la manera en que se asume dicha autoridad.”

. “Hay grupos que se construyen de manera positiva. Otros usan la palabra solamente para quejarse del compañero, muestran su intolerancia y no ceden, creen que ese es su derecho. Con esos grupos las estrategias tienen que variar para que aprendan a escuchar y se ganen el derecho de ser escuchados”

“En nuestra escuela, quien no respeta acuerdos, traspasa límites o impide con su actitud acciones a favor de todos, pierde derechos conquistados, entre otros, el derecho a hacer uso de la palabra en las asambleas y tendrá que acatar lo que los demás decidan o convengan aunque él o ella no estén de acuerdo”

“La libertad que se va ganando tiene que expresarse en sus escritos, en la manera en que sus investigaciones cobran forma, llegar a lo profundo, cuestionarse, serán las habilidades de pensamiento que han desarrollado las que se manifiesten cada vez que hagan uso de la palabra oral o escrita


NUESTROS PRETEXTOS PEDAGOGICOS

Porque la palabra nos comunica con los otros.

La palabra que viaja, los libros errantes que van de una casa a otra y que los niños han denominado de diversas formas: libros andariegos, libros ambulantes, libros vagabundos, la palabra oral va cobrando forma y se comparte con la familia.

La palabra que se escucha. Leer libros en grupo, es una actividad cotidiana, se comparten emociones, se defiende al personaje, se le justifica o recrimina, exalta pasiones, anima a imaginar.

La palabra escrita toma muchas formas: los textos libres, los informes de las salidas de campo, de las visitas, los avisos que se publican en el mural, la carta al compañero o a la abuela; los libros de vida, el cuento, la historieta, los apuntes ordenados para la conferencia, y en este curso la realización de un libro de Historia Natural, que contendrá toda la información recabada sobre un animal o una planta de nuestra región que hayan seleccionado y en el que tendrán que escribir ordenadamente sus observaciones y comentarios fundados en las averiguaciones que hayan hecho sobre su objeto de estudio apoyados por diversas áreas del conocimiento.

En el estudio de las ciencias naturales: observar y hacerse preguntas, escribir. Volver a preguntar y escribir, seguir observando acontecimientos y aprender a registrarlos con un orden, sistemáticamente.

En el preescolar, papás y mamás vienen regularmente a la escuela a contar un cuento o una historia. También se involucran en el taller de cocina, las recetas serán “escritas” por los niños para ir formando su propio recetario.

La palabra que se escribe para otros, los acuerdos de las asambleas, los avisos a los compañeros, las invitaciones a los eventos, los letreros de los dibujos en una exposición.

Encuadernamos cuentos y otros materiales de nuestra producción, con el objeto de preservar lo que dicen, lo que ahí se cuenta o se informa.

Y la palabra que cierra, que concluye. Nos vemos en Querétaro




Colectivo Tlalnecapam, desde Coatepec, Veracruz.