Con este tema he de ir con pies de plomo porque, honestamente, me cabrea. Odié los exámenes cuando alumno, y los odio más, porque ahora veo aún más clara su profunda injusticia, como profesor. Normalmente siempre hablo de evaluación, es decir que ya no hablo de exámenes, son incompatibles, y de propuestas más o menos novedosas, pero siempre más humanas y justas.
¿Por qué hay que jugarse un curso a una o tres cartas (es igual)? Pero ¿qué hace un alumno-a en un examen? Responder a preguntas de memoria. Luego saber es recordar. ¿Esos nuevos ciudadanos activos, participativos y críticos que necesitamos deben poseer como primera e infalible cualidad la de memorizar?
¿Y si ese día la persona alumno está mal? Dolor de cabeza, primer día de una mala regla, insomnio, … No son máquinas, son personas. Pero hay más, mucho más. He comprobado mil veces mil, que todo el mundo, jóvenes y adultos, y viejos también, reaccionan de la misma manera: Alerta, ante la palabra EXAMEN. Se pone todo el mundo alterado, nervioso y mal. Si sabemos que esto es así, la segunda regla de la evaluación por examen sería: “La mejor forma de evaluar a un alumno es cuando esté en peores condiciones personales”. Es un derrape de sentido monumental. Es una tontería tras otra. Me da vergüenza tener que hablar de esto porque son obviedades, esto no es ni siquiera el principio de nada, es más atrás. Son barbaridades que se hacen porque siempre se han hecho, y nada más.
Cuando me preguntan si yo no hago exámenes, la respuesta primera suele ser: “Si después de 8 meses con una persona hablando de un solo tema yo no sé lo que sabe esa persona sobre el tema, ¿a qué coño me he dedicado? ¿qué hace usted en el aula? ¿exámenes? ¿para qué?”
¿Y cómo hemos logrado que ineludiblemente todo el mundo ponga en juego su autoestima personal en los p. exámenes? Porque son, evidentemente, mucho más un mecanismo de ejercer poder que de evaluar conocimientos, no digamos capacidades. La palabreja. El aula como espacio de poder. Esa mesa de dos metros para quien no suele escribir junto a esos pupitres de 60 cm. para quienes tienen mucho que escribir. Esa silla acolchada para el culo del profesor, esas bancas de conglomerado plástico. Ese uso y abuso de la palabra frente a la exigencia de ¡silencio!, ese andurrear por el aula, frente al culo pegado a la silla 6 horas, … son sospechosos.
“Es que si no les hago exámenes, no los controlo”. Vale, compañero, ahora nos entendemos. Pues eso es terrorismo evaluativo. Y escribo esto riéndome de la ocurrencia, pero lo escribo. La sartén por el mango, el poder en estado puro.
En Escuelas de idiomas tenemos un par de certificados o títulos que se dan por un examen. Lo habitual en mi entorno es que un equipo de profesores los prepare, y a veces trabajan un mes en la prueba. Hay quien más. Y las pruebas suelen durar más de un día. Es simplemente cumplir con los requisitos mínimos de la evaluación para un sólo examen. Las pruebas pueden ser mejores o peores, pero el resultado global suele ser más certero que el que te da un … examen al uso. Pues al parecer, por encima de todo, se trata de ser lo más justos posible. Esa es la palabra, la gente tiene derecho a ser evaluada correctamente. Y las pruebas deben ser al menos justas. Y esa es mucha exigencia cuando se trata de personas. Además deben ser objetivas.
¿Objetivas? Miren, como todos no son profesores, les comentaré que todo profesor puede, sin grandes problemas y si está en el aula, hacer un examen para aprobar a unos y suspender a otros propuestos a voleo. Se lo garantizo, yo no tendría problema alguno. La objetividad de un examen tradicional es inexistente por lo absoluto.
Y debido al hecho de que llevo ya largos años cantando al sol, solicito por la presente que se prohiban los exámenes, que se persigan como objetos del mal. (@eraser dixit).
Por cierto, cuando era alumno me copié todo lo que pude y algo más. Hecha la ley … …
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Actualización: 28/01/11. Ni que nos hubiéramos coordinado. Mi admirado amigo Fernando Trujillo saca una entrada en Educa con Tic que completa perfectamente, por activa, lo aquí comentado: Evaluar para aprender.
¿Por qué hay que jugarse un curso a una o tres cartas (es igual)? Pero ¿qué hace un alumno-a en un examen? Responder a preguntas de memoria. Luego saber es recordar. ¿Esos nuevos ciudadanos activos, participativos y críticos que necesitamos deben poseer como primera e infalible cualidad la de memorizar?
¿Y si ese día la persona alumno está mal? Dolor de cabeza, primer día de una mala regla, insomnio, … No son máquinas, son personas. Pero hay más, mucho más. He comprobado mil veces mil, que todo el mundo, jóvenes y adultos, y viejos también, reaccionan de la misma manera: Alerta, ante la palabra EXAMEN. Se pone todo el mundo alterado, nervioso y mal. Si sabemos que esto es así, la segunda regla de la evaluación por examen sería: “La mejor forma de evaluar a un alumno es cuando esté en peores condiciones personales”. Es un derrape de sentido monumental. Es una tontería tras otra. Me da vergüenza tener que hablar de esto porque son obviedades, esto no es ni siquiera el principio de nada, es más atrás. Son barbaridades que se hacen porque siempre se han hecho, y nada más.
Cuando me preguntan si yo no hago exámenes, la respuesta primera suele ser: “Si después de 8 meses con una persona hablando de un solo tema yo no sé lo que sabe esa persona sobre el tema, ¿a qué coño me he dedicado? ¿qué hace usted en el aula? ¿exámenes? ¿para qué?”
¿Y cómo hemos logrado que ineludiblemente todo el mundo ponga en juego su autoestima personal en los p. exámenes? Porque son, evidentemente, mucho más un mecanismo de ejercer poder que de evaluar conocimientos, no digamos capacidades. La palabreja. El aula como espacio de poder. Esa mesa de dos metros para quien no suele escribir junto a esos pupitres de 60 cm. para quienes tienen mucho que escribir. Esa silla acolchada para el culo del profesor, esas bancas de conglomerado plástico. Ese uso y abuso de la palabra frente a la exigencia de ¡silencio!, ese andurrear por el aula, frente al culo pegado a la silla 6 horas, … son sospechosos.
“Es que si no les hago exámenes, no los controlo”. Vale, compañero, ahora nos entendemos. Pues eso es terrorismo evaluativo. Y escribo esto riéndome de la ocurrencia, pero lo escribo. La sartén por el mango, el poder en estado puro.
En Escuelas de idiomas tenemos un par de certificados o títulos que se dan por un examen. Lo habitual en mi entorno es que un equipo de profesores los prepare, y a veces trabajan un mes en la prueba. Hay quien más. Y las pruebas suelen durar más de un día. Es simplemente cumplir con los requisitos mínimos de la evaluación para un sólo examen. Las pruebas pueden ser mejores o peores, pero el resultado global suele ser más certero que el que te da un … examen al uso. Pues al parecer, por encima de todo, se trata de ser lo más justos posible. Esa es la palabra, la gente tiene derecho a ser evaluada correctamente. Y las pruebas deben ser al menos justas. Y esa es mucha exigencia cuando se trata de personas. Además deben ser objetivas.
¿Objetivas? Miren, como todos no son profesores, les comentaré que todo profesor puede, sin grandes problemas y si está en el aula, hacer un examen para aprobar a unos y suspender a otros propuestos a voleo. Se lo garantizo, yo no tendría problema alguno. La objetividad de un examen tradicional es inexistente por lo absoluto.
Y debido al hecho de que llevo ya largos años cantando al sol, solicito por la presente que se prohiban los exámenes, que se persigan como objetos del mal. (@eraser dixit).
Por cierto, cuando era alumno me copié todo lo que pude y algo más. Hecha la ley … …
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Actualización: 28/01/11. Ni que nos hubiéramos coordinado. Mi admirado amigo Fernando Trujillo saca una entrada en Educa con Tic que completa perfectamente, por activa, lo aquí comentado: Evaluar para aprender.