Vericuetos de las consultas ciudadanas

Escrito por Carmen Vicencio

La construcción del aeropuerto en Texcoco. Foto: Benjamin Flores / Proceso
He aquí un problema: Rechazamos a gobernantes autoritarios que no consultan a la población, y calificamos de “farsantes” a quienes la consultan.

La definición de democracia como ‘gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo’, exige de los tres poderes, considerar las necesidades de la población a la hora de tomar decisiones. Sólo que ésta es muy diversa y numerosa y con frecuencia tiene intereses incompatibles. En parte por eso se inventaron los partidos políticos, para proponer distintos proyectos de nación, y traducir en leyes, a través de los ‘representantes populares’, las demandas ciudadanas.

Definiciones escolares como la anterior, sin embargo, no dan cuenta de las múltiples contradicciones y tensiones que surgen en el proceso. En los hechos la gente se queja insistentemente del autoritarismo gubernamental que decide sin tomarla en cuenta. Pero si algún mandatario eventualmente se atreve a consultarla, será fuertemente cuestionado por “demagogo” o “populista”, porque “es impertinente consultar a la población sobre asuntos que ésta desconoce”.

El sustantivo genérico ‘pueblo’ no distingue diferencias entre estratos sociales, culturas, edades, sexos, religiones, ideologías, condiciones económicas, costumbres, necesidades ni anhelos.

La ciudadanía no sólo implica una rica pluralidad de identidades, sino padece graves desigualdades en todos sentidos: Tan ciudadano es Carlos Slim, como ese chavo ‘ni-ni’ que pasa 12 horas diarias, drogado, sentado en la banqueta. Tan ciudadano es el multimillonario Germán Larrea, del Grupo México, como esa ama de casa que intenta demandarlo por el terrible daño que sufrió, debido al derrame tóxico de una de sus empresas; son ciudadanos tanto los neoliberales expertos en tecnologías informáticas (pero ignorantes de los procesos sociales), como ese campesino que no sabe leer ni escribir, pero comprende mejor que nadie los problemas ecológicos de su región.

Es lógico que en las consultas de la ‘democracia liberal’ domine la voz del más fuerte, de quien tenga mayor poder de influencia o de soborno. En cambio, cuando uno es “nadie”, hacerse notar implica demasiado tiempo, dinero y esfuerzo en sofisticadas burocracias, que suelen naufragar y despertar sentimientos de impotencia. (Lo que llamamos “apatía”, con frecuencia, viene de una larga historia de frustraciones).

No en balde, diversos pensadores anarquistas ponen el dedo en la llaga, al evidenciar la farsa de la democracia liberal (Ver: ‘Contra la democracia'. Grupos anarquistas coordinados, 2013), una democracia que “consulta” a los ciudadanos, sólo en tiempos electorales, la mayoría de los cuales pocas veces comprende lo que votar significa.

En este contexto, las consultas que de vez en cuando realizan algunos mandatarios, suelen ser interpretadas como “simulaciones legitimadoras para taparle el ojo al macho”, sólo para que la gente sienta que está siendo tomada en cuenta.

He aquí un problema: Rechazamos a gobernantes autoritarios que no consultan a la población, y calificamos de “farsantes” a quienes la consultan.

Muchos han señalado que practicar otras formas de participación ciudadana más directas y auténticas, no es posible en el capitalismo. Pero esto resulta desalentador. ¿Qué hacemos los ciudadanos, para salirnos del sistema?, o ¿qué hacemos mientras permanecemos inevitablemente en él?

AMLO ha prometido gobernar de manera diferente, y antes de asumir formalmente su cargo, decide ansioso hacer diversas consultas ciudadanas. Sabemos sin embargo, que su primera intentona, para avanzar en la pacificación del país, fracasó dramáticamente, pues quienes intentaron consultar, no supieron cómo hacerlo (Proceso, No. 20181, 19/08/2018).

Por lo visto no basta la buena voluntad de impulsar “un cambio verdadero”, para lograrlo; se requieren muchas otras cosas. Por ejemplo, se requiere descolonizar el pensamiento, para dejar de consultar “de arriba hacia abajo”, a miles de individuos sueltos y comenzar a considerar a los diversos ‘núcleos sociales’ implicados en cada tema (más allá de los partidos políticos).

¿Cómo piensa el problema el conjunto organizado de afectados; el conjunto de técnicos, de científicos sociales, de quienes serán beneficiados o de quienes serán dañados, por determinada decisión?, ¿qué argumentos ofrecen los que están a favor o en contra de determinado proyecto?, ¿cómo evitar a la vez el problema del corporativismo?

El principio de ‘priorizar el interés colectivo sobre los intereses particulares’, difícilmente será asumido por quienes son afectados en sus afanes egoístas. Por eso cualquier decisión que se tome, recibirá serias críticas.

Es cómodo y fácil asumir el papel de juez, de ave de mal agüero, de francotirador anónimo, y desacreditar con el dedo flamígero cualquier intento de hacer cosas distintas.

Mucho más difícil es que los ciudadanos (no sólo los grandes empresarios) asuman la responsabilidad de organizarse para construir una propuesta colectiva innovadora, que ofrezca al nuevo gobierno ideas claras sobre qué conviene más para todos y por qué, y sobre cómo hacer bien las cosas, en cada caso.