¿Es posible educar hoy?

Carmen Vicencio* 

¿Qué anda buscando la SEP?, ¿quiénes diseñan sus planes de estudio?, ¿se enteran de lo que realmente les sucede a los sujetos de la educación? ¿Es posible educar hoy en las raras condiciones que tenemos, no sólo por el confinamiento, sino por el rumbo que ha seguido la última fase del capitalismo voraz?; ¿qué sentido tiene lo que hacemos al pretender educar o educarnos?, son preguntas que pocos se plantean pues la inercia arrastra. Al parecer la SEP ni siquiera se las ha planteado. Como buena burócrata “eficiente”, sólo busca “dar respuestas”, “sacar la chamba”, cumplir sus compromisos con la OCDE y todas esas televisoras, que rápidamente ofrecieron “su solidaridad” a cambio de (al menos) 450 millones de pesos. ¿Cómo justificar las torturas del “aprende en casa” y otros esquemas del nivel superior, a los que son sometidos-as, estudiantes, profesores-as, y familias?; programas venidos de un ente abstracto, anónimo y mecánico, sobre el que ni unos ni otras tienen control y que sólo busca “medir” tiempos, movimientos y respuestas a pruebas insulsas de repetición múltiple. ¿Eso para qué? ¿Qué anda buscando la SEP?, ¿quiénes diseñan sus planes de estudio?, ¿se enteran de lo que realmente les sucede a los sujetos de la educación? La respuesta más común a la pregunta sobre el sentido de educar, evidencia el impacto que la lógica del mercado tiene en el inconsciente colectivo: la educación hoy se reduce a un mero trámite escolar, ya ni siquiera es capacitación, pues los tutoriales de Youtube “resultan más efectivos”. 

 

Imagen: The BiNet E-Sports
 

En el imaginario dominante “mientras más certificados tienes, mejores trabajos consigues y más dinero ganas”. Esta lógica la comparten también algunos letrados, como Gilberto Gevara Niebla, Coordinador de ‘Estrategia Institucional de la SEP’, quien afirma que (Nexos, 1/09/19): “La aspiración que tenemos todos (sic) —autoridades y maestros— es la de dotar a cada alumno (individuo) con los elementos indispensables para que se desenvuelva con éxito en el mercado de trabajo, para que se preocupe por los problemas sociales y tenga una vida satisfactoria” (¿esa que da el consumismo?). Atrás quedaron las ideas de los-as grandes maestros-as: Educar para formar seres pensantes, autónomos, libres, creativos, felices, apasionados de las ciencias y las artes; capaces de hacerse preguntas sobre lo que sucede y sobre su papel en el mundo, de dar sentido a su vida y enfrentar los desafíos de la realidad, de amar y solidarizarse con los demás y la Naturaleza, de contribuir al mejoramiento social, siguiendo el legado de la humanidad… 

Más allá de los discursos liberales, conservadores o de ‘izquierda’, lo que sucede en los hechos nada tiene que ver con el éxito, ni la satisfacción y menos con la capacidad de resolver los problemas vitales; reinan la confusión, el desánimo y el cinismo. Cuando el tiempo se dedica más que a vivir, a subsistir, al trabajo alienado, a la sórdida burocracia, a la catarsis, a cuidarse de las enfermedades, al “reventón” para evadir la triste realidad o a defenderse de los demás (que se volvieron molestos o violentos)…, la lenta práctica de la reflexión, de la generosidad, de la compasión, de soñar e inventar otros mundos posibles, resulta inviable. En estas condiciones adversas, resuena la voz de la “Pedagogía popular alternativa”, para gritar: “¡Alto, NO más!” y para interpelarnos: ¿qué estamos haciendo? En medio del naufragio, recordar a Celestin Freinet, maestro rural, (cuyo aniversario natal y luctuoso es en octubre) implica reconocer, cómo en medio de la guerra, de los campos de concentración nazis y de la pobreza más cruel, puede surgir la resistencia liberadora, los espacios cooperativos, la alegría y la esperanza, el amor por el saber, por los demás y por la vida. 

 *Miembro del Movimiento por una educación popular alternativa metamorfosis-mepa@hotmail.com