Perita en dulce

Ay, qué lindo cuerpecito/el que tienes, vida mía/
Pareces perita en dulce,/pareces fresca sandía.
Eres plata, eres oro,/eres piedra aguamarina./
Y cuando yo te miro/hasta el cuerpo se me enchina.

Conocí a Demetrio; y dende’ntons, no puedo vivir sin él si no’stá a mi lado. En esa fiesta, él y yo bailamos mucho; nunca había gozado así ‘star con alguien. Al despedirnos, me fui a casa; parecía qu’el techo era de cristal: yo seguía viendo estrellas, movía el cuerpo al son de secretos que él parecía entonarme. Mi ma hasta decía que parecía barquita, que cruza la laguna, y sus olas la mueve de uno a otro lado. Yo seguía en la fábrica, como “responsable del pasillo seis”, ja. Me andaba porque sonara la salida, pa ver a mi Demetrio. Él era peón en una obra cercana, y podíamos encontrarnos lueguito de salir. Así anduvimos varios meses.

 


Un domingo me invitó a una taquería, onde Las Palomas taban cantando Perita en dulce, y me la dedicó. Desdenton’s, la oigo y me acuerdo de él (a veces me escurre alguna lágrima). Esa vez, me echaba un taco y él me pidió que viviéramos juntos. Sentí que el bocado se me atragantaba: creía que Demetrio nunca me lo propondría. Él se dio cuenta de que se me fue el habla, pues se puso a contar sus planes, antes de que yo tomara aigre de nuevo: que rentaríamos un cuartito que había visto a la vuelta de esta calle, que lo blanquearía, y le cabrían una cama y un ropero y una mesita con sillas. Y así siguió hable y hable, pero ya no lo oía a él, sino a Pedro Infante (“Que de donde, amigo, vengo; de una casita que tengo más abajo del trigal…”).

Fuimos con mis apás, y les dijimos que queríamos casarnos. Ellos dijeron qu’estaban de acuerdo (“cómo no, si ya lo queremos retiarto”). Preguntaron qué decía Matilde, la ma de él (su pa murió hace años), y lueguito los cuatro nos fuimos a verla. Mi suegra (ya le decía así porque me recibiómuy bien dende que nos conocimos) se alegró y nos dio su bendición. Todo lo hicimos como lo planeamos. A los cinco meses d’estar juntos, dijo el dotor qu’staba esperando. Demetrio se alegró, y luego se puso serio. Le pregunté si’staba enojado conmigo, y me dijo “¿cómo cres?”; enojado no, pero preocupado de que vamos a tener al escuincle en esta pobreza; además, tú tienes que comer bien ahora, porqu’stas anémica, dijo el dotor, de tantas malpasadas.

Eluterio, el maistro de obras onde trabajaba Demetrio, le dijo que sabía de cinco o seis personas que s’iban en unos días a China, Nuevo León, pa juntarse allá mesmo, o un poco antes, con otros u’iban en caravana dende más atrás (Chapas, Guerrero o por ái) pa cruzar al otro lado, a unas obras que li’urgen al gabacho, y pagan bien, por el friazo d’esta temporada. Pa’ ganar más y enfrentar todos los gastos del hijo, Demetrio agarró sus chivas y se despidió como todos los días: “al rato regreso, mi perita en dulce”, pero los dos sabíamos que s’iba al otro lado y quién sabe cuándo regresaría.

Pasaron días y meses. Nació mi Alejandro (así se llamaba el papá de mi marido). Pasaron más meses. Demetrio nunca m’escribió. “A lo mejor”, pensé, “s’encontró una güera y si’olvidó de nosotros”. Conseguí otro empleo, en la clínica del Seguro, a la que van muchos por su cartilla de salú pa’irse al otro lado. Cinco años más y nada de Demetrio. Un día me encontré al maistro Eluterio; me dijo que Demetrio y su grupo llegaron a Tamaulipas; unos coyotes los treparon a una caja, debajo de un tráiler lleno de eletrónicos qu’iba a Laredo. En el camión había más de 90 personas (braseros extranjeros y mexicanos) qu’iban a Tejas a trabajar. Pero los gringos los persiguieron, y los coyotes abandonaron el camión en el desierto. Cuando lo encontraron, se lo llevaron a un corralón de los de allá. Días después, del negocio llamaron a la policía gringa, pues apestaba el camión. Encontraron casi 100 muertos, entre mujeres, ancianos, niños y hombres, como mi Demetrio. Allí lo encontraron también, pero los güeros los quemaron en una fosa común. Ya llevo otros cinco años queriendo rescatar sus restos. No me queren decir ónde’stá la fosa.