Gonzalo Guajardo González
Abril de 2021
Querétaro, Qro.
Comprometido con la sociedad que da vida
Murió el 9 de abril de 2021. Ya era costumbre verlo desde siempre, en tan diversas y largas
caminatas, que se creyó que era eterno, inmortal, con dobles que lo suplían. Parecía que
estaba en todos lados y a todas horas. ¡Leyendas urbanas!
Recientemente, a veces encorvado, ya se le notaba el tiempo a cuestas. Años atrás, cuando
lo conocí –o algunos ya hablaban de él–, andaba firme, decidido, alto, y hasta había chicas
a las que les parecía guapo. En cambio, ahora algo no está bien; su andar ha perdido el
garbo y la cadencia de otras épocas; su otrora mirada inquisitiva ahora parece extraviada; su
voz atonal, sin resonancia, surge tan entrecortada de su garganta que no se le entiende.
Parece haber perdido los ejes del espacio o se le entrevera la voluntad, pues se mueve en un
sentido y, de repente, gira y se encamina a toda prisa en dirección opuesta, aunque
enseguida cambia de ruta; da traspiés, se detiene por una eternidad, hace giros extraños con
los brazos y parece no poder acomodar las manos en los bolsillos o, siquiera, dejarlas
colgadas. Acompaña muchas veces su caminar indefinido con murmullos y movimientos
alterados en labios y mejillas. Si le queda al alcance un perro o un gato, lo patea
inopinadamente o, a falta del animalito, la agarra contra una piedra o las paredes. Me ha
parecido un desquiciado de ficción.
Pocas veces lo he visto con una prenda limpia o entera; casi siempre anda con pantalones
raídos o con agujeros. Un domingo él traía una camisa entera de organdí, como
presumiéndola, y minutos después se la arrancaron otros cuerpos deseosos de sentir la
espalda acariciada por la tela fina, aunque al final ya nadie pudo usar esos jirones. Alguien
dijo en una ocasión: “Por sus zapatos los conoceréis”; así de peculiares son los de Felipe:
de color de orígenes olvidados; los que trae son más grandes de lo necesario, como si se los
hubiese regalado alguien a quien le estorbaran sus inútiles tiras; las suelas caen despegadas
ya y atadas por un ixtle que las fija a los pies; los dedos se asoman por el frente para
mostrar que alguna vez tuvo uñas; por eso Felipe parece no caminar, sino que arrastra las
extremidades, como si patinara sobre la tierra o el asfalto para no perder las suelas en el
intento.
Me dan punzadas en el pecho, o no sé cómo decirlo, cuando Felipe procura su comida.
Nunca lo he visto detenerse en alguna tiendita o miscelánea a comprar algo, pues no trae ni
medio centavo en los bolsillos; no trabaja ni pide limosna. ¿Sabe usted? En algunos postes,
hay, fijos, botes de basura para los deshechos. Como no queriendo, Felipe los recorre y va
desfundándolos para desentrañar su contenido: papeles y otros tipos de basura; también
desperdicios de comida o de golosinas, restos de fruta, tortas y pastelillos a medio masticar,
alimentos descompuestos tirados allí a falta de otro contenedor. Felipe los recupera veloz,
como para que no se le escapen, y los incorpora con ansias a su garganta ulcerada. ¿Cómo
carambas no tiene Covid-19 o algo más grave? O tal vez sí haya estado enfermo, y de eso
ha muerto; pero ni quién lo tome en cuenta..., total, era Felipe.
El mismo 9 de abril que mi Felipe, murió otro Felipe, el de Edimburgo.
Hay quien dice que el británico corrió con mejor suerte que el de Querétaro, pues el
presupuesto anual de la casa real (donde vivió 70 años) es de 82,4 millones de libras
(¡8,240 millones de pesos mexicanos en diciembre de 2020!; 105 millones de dólares). La
pandemia del Covid-19 también les pegó duro a ellos, como pérdidas por 15 millones de
libras, pues no pudieron cobrar la entrada a las propiedades cerradas de la realeza; aun así,
se cubren los gastos de la pareja formada por Isabel y Felipe y por mantenimiento de los
palacios reales, se pagan los sueldos de la servidumbre real y las reparaciones en el palacio
de Buckingham; además, el erario público paga otras minucias, como cacería, golf ,
equitación o natación dentro y fuera de Gran Bretaña, recorrer (en avión, barco, automóvil,
etc.) propiedades británicas en Asia, África, Oceanía; y unos detallitos más, como diría
Cantinflas. Isabel II montó en su recámara una de las camas más costosas del mundo
(125,000 libras esterlinas), hecha con pelo de colas de caballos latinoamericanos, cachemira
de Mongolia, más de 2.500 kms de hilo de seda y 700 horas de trabajo. El de Edimburgo no
es rey, por lo que siempre tiene que caminar dos pasos atrás de la reina y, en las reuniones
de Estado, debe retirarse, pues sólo habla en nombre de la Corona cuando va a alguna
misión.
Unos días antes de notar su ausencia, quise hablar con mi Felipe, pero no supe dónde
buscarlo. Sabía que dormía en la calle, frente a una frutería. Se cubre del frio de la
madrugada con una cobija mugrosa, vieja y raída, y usa su “ropa de repuesto” (también
basura) como almohada. Pertenece al grupo de los sin casa, expresión romántica pero
tremenda, que encubre lo más desolador y fatal: duelen pulmones, vísceras y el espíritu al
no tener un espacio a dónde llegar y descansar. Vivir en la calle es estar arrancado del
gremio humano. Por eso, si ya murió, ni quién lo eche de menos; ..., total, era Felipe.