Las escuelas Freinet en México (1996)

José de Tapia introdujo, junto a otros, las Técnicas Freinet en España, más tarde, con el exilio, ya en México fundó junto a Graciela una escuela que revolucionó el modo de entender la educación. Graciela, nos relata la construcción de la escuela Freinet en México. Revista Kikirikí, no. 40.
 
Graciela Ganzález de Tapia
 
La imprenta escolar en México
 
Escuché el nombre de Celestin Frei­net por primera vez allá por el año de 1956. Una compañera de estudios que se iba a Francia me dejaba en la mano, antes de irse, algunos cuaderni­llos con impresos infantiles y un ejem­plar del libro de Herminio Almendros “La imprenta en la escuela”. Quien ha leido este libro sabe lo emotiva que puede ser la pedagogía. A través de sus páginas cargadas de afecto aprendí que hubo alguna vez un maestro rural francés de sensibilidad exquisita que supo escuchar a sus alumnos, que supo fomentar en ellos la libre expre­sión de las ideas y que desarrolló una filosofía escolar basada en la apertura, en el sentido común, y en un gran amor y respeto por los niños. Leía sobre la clase-paseo y sentía el con­tacto con lo natural, leía sobre textos libres y asimilaba la libertad de pala­bra, observaba los dibujos que descri­bían las prensas, y esto se traducía en un ser y hacer diferente a lo que esta­ba acostumbrada. Inútil decir cuánto me inquietó esta lectura. Como el granizo sobre el tejado sus conceptos repiqueteaban en mi conciencia y no me dejaban enseñar en paz. Sentí la necesidad y la obligación de cambiar mis métodos, de impregnarme del espíritu de Freinet, de percatarme posteriormente, con la, puesta en marcha de todo aquello que me suge­rían mis lecturas, de un florecimiento de mis alumnos muy especial y este florecimiento nacía de la mayor parti­cipación y de la más libre y espontá­nea creatividad que los hacía cada vez más independientes y al mismo tiem­po más responsables.

Quién me hubiera podido decir, en aquella época, que el hombre que inspiró veintitantos años atrás el libro de Almendros, libro que cambió el curso de mi quehacer profesional y de mi vida, llegaría a ser mi esposo: el maestro José de Tapia.

Tapia, nacido también en el año 1896, como Freinet, había concluido sus estudios de normalista en Córdo­ba, su ciudad natal, en 1913. Por el año 1929 era el maestro de Montoliú, un pueblo leridano de 500 habitantes a 8 km. de la capital. Él, al igual que otros maestros de pueblos vecinos, era hombre de una sola pieza, muy comprometido con su comunidad, y con una vocación de maestro excep­cional.

Una vez a la quincena, o al mes, solían reunirse todos para ver traba­jar al maestro del lugar, y criticar entre todos su trabajo, una vez en Montoliú, otra vez en Pugiber, rozan­do por los pueblos donde laboraban los integrantes del grupo. Se com­prenderá que con esta rutina de mejoramiento docente, no quedaba más remedio que ser un gran maes­tro. Además, después de la crítica y de la comida, entre todos os maes­tros del grupo realizaban mítines haciendo un llamado a los pueblos para comprometerlos con la educa­ción.

Herminio Almendros era el ins­pector escolar de la región, y estima­ba la labor que estos maestros reali­zaban, más que todas, la de José de Tapia. Había escrito en su cuaderno de visitas lo siguiente:

"He aquí una escuela, un maestro, justamente engastados en la obra de educación del pueblo que persigue nuestra República. Quizás no haya visitado ninguna otra donde el trabajo se acompase tan adecuadamente al espíritu de nuestra época y al aliento de renova­ción de la escuela, como en esta de Montoliú de Lérida. Si todos los maestros españoles tuvieran el emocionado sentido de la educación popular, y la clara visión que José de Tapia tiene de su respon­sabilidad en el destino de las nuevas generaciones, la obra y el destino de la España que nace alcanzarían la cate­goría de ejemplares.
Es incomprensible que antes de ahora no se hayan advertido y decla­rado la excelencia de la labor de esta escuela, y el mérito singular de este maestro.
Ante esta clase -niños y maestros entusiasmados con nuevas técnicas escolares, en cooperación de motiva­das actividades- he de declarar que es aquí donde he visto un humilde, pero verdadero, ensayo de renovación de la escuela.
Por esto y por ofrecer al Sr. Tapia tan sólo sea, la justicia del reconocimiento de su ejemplar obra de maes­tro, le expreso aquí un sincero voto de gracias.
Montoliú a 5 de diciembre de 1932.”

Tal vez fue por esto que Almen­dros, cuando trajo de Francia una prensa de Freinet, para escribir un libro sobre la imprenta en la escuela, pundonoroso como era, no quiso escribir sobre esta técnica sin haberla experimentado primero, y pidió a Tapia que hiciera algunos ensayos con los niños para comprobar los resulta­dos. Fue así como Tapia se convirtió en el introductor de la técnica Freinet en España, y quedó fascinado con la experiencia por el interés y deseo de participar que suscitó en los niños, por la motivación tan auténtica que representaba imprimir los textos infantiles.

Evidentemente, Tapia hizo partíci­pe a su grupo de las bondades de la técnica, fundamentalmente a Patricio Redondo, el maestro de Pugiber y pronto crearon, junto con Almen­dros, la Cooperativa Española de la Técnica Freinet, para difundir esta nueva forma de expresión escolar por toda la región catalana.

Años después la guerra civil aca­baría con los brotes de esta pedagogía en España. El exilio español los lleva­ría a México, donde la técnica se desarrollaría de nuevo a través del trabajo de algunos de aquellos esfor­zados maestros. 
 
Patricio Redondo Moreno
Detención de Patricio Redondo, 11 de julio de 1935

Tapia no llegó a México con los exiliados del 39. Tuvo que pasar pri­mero por los campos de concentra­ción de  Argelès-sur-Mer, Barcarès y Saint­-Cyprien. Luego, como leñador y car­bonero en zona alemana, y de guerri­llero durante la Resistencia. Al térmi­no de la Segunda Guerra Mundial, Francia quedó liberada de los nazis. Tapia volvió al trabajo remunerado. ¿Cómo maestro? No, qué va... Como hornero, maletero, barrendero, bru­ñidor... Finalmente supo que Patricio Redondo, su gran amigo, logró esta­blecerse en México y creó la Escuela Experimental Freinet de San Andrés Tuxtla, en tierra veracruzana. Comenzó el carteo, cargado de recuerdos y nostalgias. Por el año de 1948, sus cartas se cruzaron:

―Tapia, ¿te quieres venir a Méxi­co?

―Oye Patricio, ¿podría ir a Méxi­co?

Patricio se puso a trabajar de inmediato y a poco logró la entrada de Tapia al país, con dos de los suyos, como visitante, y con la obligación de radicar junto a él, quien, a su vez, res­pondería por los Tapia frente al gobierno de México. Fue hasta enton­ces que Tapia pudo volver a trabajar con niños. Atendía la clase de ciencias naturales en toda la escuela, y conta­ba con los alrededores del pueblo, más la flora y la fauna de la región de Los Tuxtlas, para sus clases paseo. ¡Jamás antes estudió con los niños un tigrillo! Hizo planes con Patricio para ampliar la escuela, abrir tal vez un internado para recibir chicos de la región, involucrarse los dos en una obra... pero nada de eso fue posible. Dificultades de toda índole, funda­mentalmente económicas, echaron por tierra el proyecto.

Al poco tiempo, ya con calidad de inmigrante. Tapia y su familia optaron por dejar San Andrés Tuxtla y radicar en la ciudad de México.

Por el año de 1955 Tapia conoció a los antropólogos Ricardo e Isabel Pozas, quienes trabajaban con el Insti­tuto Nacional Indigenista. El problema que enfrentaban los Pozas era la cas­tellanización de los indígenas mazate­cos de Temazcal, conforme a los métodos tradicionales del Instituto: alfabetizar en la propia lengua y caste­llanizar después. Y la dificultad era enorme porque, como el chino, el idioma mazateco es tonal. Según el tono con que se pronuncien, cambia el significado de las palabras, ¡y los tonos son cinco!

El Instituto decidió proceder de otro modo con los mazatecos, máxi­me que era imperativa la pronta cas­tellanización, ya que serian moviliza­dos de sus pueblos de origen, pues quedarían inundados al concluirse los trabajos de la Dresa que se construía en la cuenca del río Papaloapan.

Tapia propuso la técnica Freinet para la alfabetización directa. Con tal de imprimir sus textos libres, los pequeños mazatecos asimilaban rápi­damente el español. Se pasaban buena parte del día con los promotores bilingües que fungían como maestros bajo la dirección de Tapia preguntan­do palabras y palabras y palabras, para poder imprimir en español sus pro­pios pensamientos y experiencias. De este modo, la castellanización era deseada más que impuesta. En una ocasión un chico escribió: “Estoy muy triste porque mi papá se fue de la casa y nos abandonó a mi mamá, a mis hermanos y a mí”.

A los pocos días, se presentó el padre del chico en la escuela. ¿Con qué derecho -le preguntó a Tapia- la escuela interviene así en mi vida pri­vada?

Tapia contestó que era al contra­rio, el niño metía a su familia y su vida privada en la escuela a través de un texto. Después hablaron de la preo­cupación del chico y de la angustia que manifestaba. Lo convenció de que se ocupara de los hijos en vez de eno­jarse con la escuela. Hablaron mucho, el padre se fue tranquilo y agradecido. Al tiempo supo Tapia que las cosas habían cambiado en esa casa, incluso que el padre había regresado. Como para reflexionar sobre el alcance que puede llegar a tener un texto libre...

Terminados los trabajos de la cuenca del río Papaloapan, se reubica­ron los pueblos fuera de lo que sería el vaso de la presa y se abrieron las compuertas.

Los pueblos mazatecos, tales como Pescaditos de Arriba y Pescadi­tos de Enmedio, entre otros, fueron cubiertos por el agua. Algunos, como Soyaltepec, quedaron fuera del nivel de la presa y se convirtieron en islas. Allá regresaron sus moradores. Otros indios mazatecos quedaron irremediablemente fuera, lejos y con tierras no tan buenas como las que perdían. El proyecto de alfabetización llegó a su fin y Tapia volvió a quedar nuevamente fuera del campo educati­vo. En 1959 murió su esposa, justo cuando ambos planeaban visitar a los hijos que habían dejado en Francia. A los pocos meses, Tapia decidió partir solo y vivir con los hijos allá.

Un año le bastó para darse cuenta que no tenía nada que hacer en Fran­cia.

Para los hijos, con sus familias hechas y sus problemas personales, era un problema más a resolver. En el campo de la docencia, a su edad, imposible que pudiera hacer nada. Aún cualquier trabajo remunerado le estaba vedado por el hecho de tener ya en ese momento, edad de jubilado.

En 1961 regresó a México. Se apersonó en la Secretaría de Educa­ción Pública, buscó a sus amigos del proyecto de alfabetización, que desempeñaban en ese momento car­gos directivos dentro del ministerio, y les dijo:

―Ahora que murió mi mujer, y mis hijos prácticamente no me necesitan, desearía con toda el alma volver a ser maestro rural.

Y así fue. Recordaban con tal agrado el trabajo realizado en Temaz­cal, que no dudaron en asignarle, a través de la

4ª. Dirección de Educa­ción Primaria, una escuelita del pue­blo de Santa Catarina Yecahuizotl, en la delegación de Tláhuac, que forma parte del Distrito Federal, pero bas­tante lejos del centro de la Ciudad de México. Yo fui a colaborar con Tapia en esa escuela, que estaba muy aban­donada, justamente por su lejanía con el centro de la ciudad, y donde los maestros anteriores incluían su tiem­po para llegar a la escuela como tiem­po de trabajo, de tal modo que en vez de trabajar con los niños de 8 a 13 horas, apenas lograban hacerlo de 9 o 9:30 a 12 horas, “para estar de regre­so en el centro a la hora de la salida”. 
 
José de Tapia Bujalance

Lo primero que decidió Tapia fue vivir en el pueblo, para poder estar cerca de los niños y los padres todo el día. Consiguió una modestísima habitación y vivió con las mismas carencias que los campesinos, pero logró reanimar la escuela. Para nivelar el avance de los niños trabajaba con ellos obligatoriamente por la mañana y voluntariamente por la tarde, de modo que la escuela permanecía abierta todo el día para los niños que quisieran asistir y estudiar. Llegó a la escuelita de Santa Catarina mi prensa Freinet, materiales diversos de lectura, algún otro para artes plásticas... Teníamos una parcela de alrededor de una hectárea y en vez de coopera­tiva organizamos a los niños como una asociación de jóvenes campesi­nos. El trabajo fue bueno, los chicos se desenvolvieron muchísimo, padres, niños y maestros estábamos conten­tos, pero... la 4ª. Dirección de Educa­ción Primaria decidió que nuestro proyecto de trabajo era demasiado bueno para estar tan lejos del centro y fuimos trasladados a una escuela citadina. Traslados y problemas, carga burocrática absurda, mi inminente salida rumbo a Francia, el deseo de Tapia de volver al Indigenista, nos ale­jaron momentáneamente del trabajo docente.

Para ese entonces, Tapia y yo habíamos contraído matrimonio. Tal vez el cariño que nos unía era parte también del amor que ambos profesá­bamos a la escuela. 
 
Chela González de Tapia

De octubre de 1962 a junio de 1963, becada por el gobierno francés para formarme como maestra de francés en el extranjero, tuve oportu­nidad de llegar a la escuela de Vence, ponerme en contacto con los Freinet, realizar un “Stage” con ellos por 15 días, y asistir al congreso de Niort además de muchos otros contactos con maestros y clases Freinet, en Paris y en la provincia, que me moti­vaban extraordinariamente. De regre­so en México, hecho el balance de lo que había sido mi trabajo Freinet en la escuela Pública, totalmente aislada y perdida en un mar de burocracia, antes de conocer a Tapia y con mil ideas en la cabeza a partir de lo que había visto y vivido en Francia, propu­se a mi esposo que creáramos una pequeña escuela privada, no lucrativa y laica, donde pudiéramos aplicar la técnica con mayor libertad. Así nació la “Manuel Bartolomé Cossío”, en donde desde 1964 se practican y se divulgan las técnicas Freinet. Los 10 primeros años fueron de una amplia difusión. Participamos en innumera­bles conferencias, mesas redondas, cursos, talleres, y cuanta oportunidad teníamos para explicar la filosofía y la práctica de las Técnicas, era aprove­chada.

Hicimos contactos con escuelas que ya existían en la ciudad de Méxi­co, como la “Escuela Activa” y la escuela “Cipactli” que cambiaron sus procedimientos para adecuarse a las técnicas, y se crearon otras, una que tomó el nombre de “Patricio Redon­do”, cuando él ya había fallecido y otra, que se atrevió a utilizar el nom­bre de “Celestin Freinet” mientras el maestro aún vivía.

Todas ellas, como la Manuel Bar­tolomé Cossío, fueron pequeñas escuelas privadas, no lucrativas y lai­cas, creadas a partir de la filosofía de los Freinet, pero algunas de ellas con características muy propias, que las apartaban de nuestros ideales.

Fue una época en que las técnicas Freinet tuvieron una gran difusión y se pusieron de moda, pero las escue­las no funcionan por modas, o por teoría, ni en manos de psicólogos inexpertos u otros tan ineptos como ellos, sino porque existe un trabajo de maestros comprometidos que aman la profesión, y que están dis­puestos a entregarse plenamente a la construcción de una escuela.

Así que algunas de esas escuelas resultaron un fracaso y desaparecie­ron. Se crearon otras, como la “Ermilo Abreu Gómez” que fundó Ramón Costa Jou, español refugiado que per­teneció a la Cooperativa Española de la Técnica Freinet durante la Repúbli­ca, y la “Teceltican”, la última escuela Freinet que se fundó en la Ciudad de México en 1982, bajo la dirección de Toña Linares, quien colaboró durante 13 años con Tapia y conmigo en la Escuela Manuel Bartolomé Cossío.

Hasta la fecha, las escuelas Freinet que continúan practicando en la linea que se trazaron hace tantos años, son la de Ramón Costa Jou, la “Escuela Activa”, la “Teceltican” de Toña Lina­res, y la “Manuel Bartolomé Cossío”, que creamos José de Tapia y yo, y que es la más antigua de la Ciudad de México.

En la provincia mexicana también se crearon escuelas Freinet: La escue­la Freinet Tlamacaxqui, de Baja Cali­fornia; la escuela Freinet de Cuerna­vaca, Morelos; la Escuela Freinet Pro­meteo, de Puebla, la escuela Freinet de Tuxtla Gutiérrez, en Chiapas y la escuela Freinet de Jalapa, Veracruz son algunas de ellas, aunque no todas con tan buenos augurios como la Experimental Freinet de San Andrés Tuxtla, que ha cumplido ya más de 50 años de permanencia.

Hace algún tiempo fui invitada por el Profesor Fernando Jiménez Mier y Terán, catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México, a par­ticipar en una serie de antologías sobre educación que editaría la Secre­taria de Educación Pública.

Acepté encantada porque era una magnífica oportunidad para seguir difundiendo nuestras queridas técni­cas. Utilicé material de dos libros, uno de Elisa Freinet, y otro, aquel de Her­minio Almendros que treinta años antes me había sensibilizado al extre­mo de consagrar mi vida profesional a la técnica Freinet. Reuní y organicé los materiales, que salieron publica­dos baja el título “Cómo dar la pala­bra al niño”. El propio Fernando Jimé­nez publico material de Celestín Frei­net, de “Les dits de Mathieu”, en otra antología cuyo título fue “Una peda­gogía de sentido común”

Estos libritos, difundidos amplia­mente entre los maestros de las escuelas públicas, volvieran a realizar su cometidos.

Mucha gente me buscó para saber más sobre la técnica, a partir de la lectura de “Cómo dar la palabra al niño”. Entre ella, un grupo pequeño de esforzados maestros que trabajan en escuelas públicas de muy escasos recursos, en la periferia de la ciudad de México, en zonas marginadas con innumerables problemas. Estos jóve­nes maestros, constituidos como el Movimiento Mexicano de la Escuela Moderna, a partir de la lectura y dis­cusión de los libros mencionados, han trabajado esforzadamente para difun­dir la técnica Freinet a través de cur­sos, talleres, exposiciones, y con su trabajo personal en el aula, donde han realizado una labor ejemplar, en con­diciones muy difíciles de incompren­sión de las autoridades, envidias y sus­picacias de los compañeros que no se unen al movimiento, y recursos mate­riales mínimos.

―“Los niños son felices, y apren­den con gusto. Su formación es más sólida y su autoestima va en aumento. Esa es nuestra satisfacción” dicen los maestros del M. M. E. M. dispuestos siempre a sortear adversidades y seguir consolidando al Movimiento.

Por el año 68 nos reunimos el puñado de escuelas que manteníamos criterios similares en lo que llamamos pomposamente 1er. Congreso Nacio­nal de Escuelas Activas. Nos dábamos carácter de “nacional” porque partici­paba la Escuela Experimental Freinet, que además de estar en la provincia, era la escuela sede. Cada dos años realizábamos el congreso, y nos per­catábamos que habíamos crecido un poquito más, siempre como pequeñas escuelas privadas, laicas y no lucrati­vas. Para el quinto o sexto congreso tuvimos la oportunidad de instalarnos en una auténtica sala de congresos del Centro Médico del Instituto Mexica­no del Seguro Social, e invitar a maes­tros de escuelas públicas. Los resulta­dos no fueron excelentes. 
 
Mientras algunos se mostraban verdaderamen­te interesados en esta nueva forma de enfocar la educación, otros más bien se mostraron renuentes a intercam­biar experiencias y prefirieron agredir irracionalmente a los ponentes duran­te la exposición de sus trabajos o durante las sesiones plenarias. Funda­mentalmente les molestaba que las promotoras fuéramos escuelas priva­das, y no encausaban su argumenta­ción desde un punto de vista pedagó­gico, sino político, echándonos en cara que para nosotros todo era fácil y bonito porque nuestros alumnos no estaban desnutridos. Algo más o menos así. 
 
José de Tapia en la escuela Manuel Bartolomé Cossío

En fin, las congresos se desorgani­zaron y cada quien siguió trabajando por su lado. Más o menos 15 años después, las escuelas que sí logramos subsistir, con la nostalgia a cuestas decidimos volver a reunirnos para intercambiar nuestras nuevas expe­riencias, pero sobre todo para volver­nos a ver, todos un poco más viejos. Nos citamos en nuestra escuela, la Manuel Bartolomé Cossío, y ahora nuestra reunión se llamó “reencuen­tro de escuelas amigas”. A partir de este reencuentro, que fue en 1992, formamos una Red de Escuelas Alter­nativas, otra vez de carácter nacional, con reuniones primero semestrales y actualmente anuales, y que de nuevo está creciendo.

En febrero de 1996 se realizará el VII Encuentro Nacional de Escuelas Alternativas, y se dedicará un espacio a los dos centenarios, el de Tapia y el de Freinet, como parte de las actividades. La sede será nueva­mente en la Bartolomé Cossío y nos preparamos ya con un gran entusias­mo y el deseo enorme de continuar con la difusión de estas técnicas y métodos englobados en la filosofía de la escuela moderna, y que precisa­mente nos dan el carácter de escuelas alternativas.